Mi aporte personal sobre los videos es el siguiente:
Ver antes de dar lectura al texto:
La vida
monástica en la Iglesia se presentan desde principios del siglo IV hasta
nuestros días como un impulso vocacional
de aquellos que desean dedicarse totalmente a una comprensión más profunda y
una observación completa de los mandamientos y de los consejos de Cristo de las que se exigen
a los que profesan simplemente la religión cristiana.
La vocación
monástica, como movimiento o como establecimiento de un modo determinado de
vida para una clase de hombres, era sin duda desconocida en la Iglesia
cristiana, es por eso que surge una interrogante ¿fue en realidad una forma
totalmente nueva de vida cristiana o sólo se realizó alguna copia de corrientes
de la época? Esta experiencia de vida de los primeros monjes tiene algo de la
corriente judía, sin embargo, es tan original porque los ideales primitivos son
tan claros: deseaban vivir en perfección. Los primeros monjes se alejan de mundo
para realizar más intensamente su experiencia mística. Llegar a ser monje
exigía previamente una conversión: un llamado divino.
Ahora bien, elegir
una vida eremítica se presenta como una respuesta dada a una llamada percibida
en el interior. Es una elección. Vivir en el desierto no significa solamente
vivir sin los hombres, sino vivir con Dios y por Dios. Ésta soledad exige el
aprendizaje del perfecto silencio. Después de haber dejado el mundo exterior,
el solitario debe afrontar el mundo interior, más bullente que el mundo de
fuera. Este mundo de adentro es totalmente ignorado por aquel que vive en la
acción. Este no sabría percibir la ebullición de sus pensamientos y de sus
deseos, la amplitud de sus constantes repliegues sobre si mismo sino es por
amor a la perfección. Es preciso recordar que el enemigo del monje se aloja en
él y no fuera de él.
En nuestra
actualidad la mayoría suele criticar la vida de los primeros monjes del
desierto, pero en realidad ¿cómo eran sus vidas? Indudablemente no era una vida
de completo reposo, era una lucha, una vigilancia continua contra las
agresiones del demonio. Los espíritus del mal estaban esparcidos por todas
partes y son como los seres humanos en el sentido que cada uno tiene su propio
carácter y sus intenciones. Además como todo hombre tiene su ángel bueno, debe
cuidarse de su ángel malo, el cual está esperando el momento propicio para
hacerlo caer. Por lo tanto el monje, el cual está en el camino de la perfección
debe luchar contra los ataques del demonio, el cual se manifiesta en forma de
tentaciones. Para estas manifestaciones demoníacas o tentaciones el monje debía
estar preparado. Conocer las Sagradas Escrituras y practicar fervorosamente la
oración eran formas de combatir estos embates del mal. Pero eso no es tan fácil
ya que el camino que ha de recorrer para lograr la perfección, la similitud a
Jesús, es muy largo y duro. Está en las manos del monje procurarse la defensa
contra las agresiones demoníacas, el monje con la pureza de corazón que ha ido
adquiriendo, con la tranquilidad de espíritu puede ir aplacando las
tentaciones.
Otra forma de
mantener las tentaciones alejadas son mortificando el cuerpo, la vía más común
eran los ayunos excesivos, con los cuales pretendían una prudencia en todo
sentido, aunque fuera atentando contra su propia salud.
Así
se daba la vida del monje en el desierto durante los primeros siglos del
monacato cristiano. Diversas formas de alcanzar la perfección, pero todas
encaminadas hacia un único objetivo, que era lograr una vida parecida a la de
Jesús.[1]
La historia
primitiva de los monjes es una respuesta de vida radical a los diferentes
enfriamientos de algunos miembros del cristianismo, no olvidando las diferentes
intenciones políticas que algunos tenían e incluso los medios de escape que
algunos optaban de la sociedad.
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