El monacato
constituye uno de los surcos más pedagógicos, brillantes y sugestivos de la
historia cristiana. Los monjes han buscado con pasión y constancia comprender
el significado de ser “hijos de Dios”. La vida comunitaria monacal ofrece
normas prácticas de civismo y de convivencia. Enseña a soportar las debilidades
del prójimo y las propias.
En los
orígenes, el fenómeno monacal está todavía no se encuentra con mucha claridad,
dado que la identidad misma se está tornando como aislamiento de la propia vida
e incluso no se tiene ninguna regla que dirija de manera metodológica la
existencia de aquellos que optan por este estilo de vida.
El término
griego monachós aparece por primera
vez en el Evangelio Encratita (secta gnóstica cuyo ascetismo se basó en las
opiniones heréticas respecto al origen de la materia), de Tomás, y en la carta
del pseudo Bernabé en donde se invita a determinados grupos helenistas de la
región siroasiática a no monazéin, es
decir, a no quedarse apartados de la comunidad en nombre de una pretendida
superioridad espiritual. Estos documentos se remontan a finales del siglo II y
se ve en ellos que el ideal monástico, muy familiar entre los carismáticos, los
helenistas y los encratitas.
En el judaísmo
oficial u ortodoxo existían instituciones típicamente ascéticas que no pueden
ser calificadas de monásticas, pero sí pueden ser consideradas como precedente
del monacato cristiano; entre ellos están los Nazareos, ellos eran un
grupo separado, segregado, y consagrado a Yahvé mediante un voto que consiste
en abstenerse de toda bebida embriagante, de toda impureza legal, y no cortarse
el cabello jamás; también están la comunidad de los Profetas, aunque no
son verdaderas comunidades monásticas, porque no contemplan la separación del
mundo, el celibato y una regla común. Ellos viven comunidades independientes e
itinerantes, su vida es pobremente y se alimentan del propio trabajo o de la
caridad pública, aunque podía existir la continencia, pero no era obligatoria;
también estaban los Recabitas, estos provenían de la familia de Rekab y era un
grupo religioso extremista. Protestan contra la instalación, producida a
consecuencia del sedentarismo de Israel en la tierra de Canaán, su ideal de
pueblo es estar en el desierto, predicado por los mismos profetas; de igual
manera aparecen los Asideos estos son hombres devotos y piadosos, celosos
observantes de la ley, estaba integrado por sacerdotes, escribas y gente
sencilla del pueblo. Practican la continencia; los Esenios su ideal es la vuelta
al desierto y la observación del ideal de Moisés (la Ley), vivían en tensión
ante un futuro escatológico. (Mesiánico), y la institucionalización de una vida
de desierto y vida de comunidad rigurosa, su organización estaba de la
siguiente manera: tenían dos grupos: uno en comunidad estricta sometidos a
obediencia, comunidad de bienes y continencia y otro por familias que viven en
el desierto en perfecta comunión espiritual, la finalidad de su estilo de vida
era: buscar a Dios y practicar lo bueno y recto como lo ordenado por medio de
Moisés y de sus siervos los profetas, practicar la verdad, la justicia y el
derecho, purificar su saber en la verdad de Dios (La Ley) y vivían en un
radicalismo perfeccionista; por último también estaban los Terapeutas, era secta
judía de la diáspora similar a los Esenios, vivían en Egipto en torno al lago
Maeris, dedicados a una vida contemplativa, su finalidad era curar las
pasiones, que intentan romper su unidad, practicaban el celibato, renunciaban a
la propiedad privada y se entregaban a las observancias ascéticas.
Hasta el momento se ha visto únicamente algunas corrientes que tenían, en cierto modo, una vida de soledad o de abandono del mundo material o terrenal como se concebía en esos tiempos. Ahora bien, los primeros pasos hacia la vida monacal se encuentran ya en la vida de muchos cristianos que desde los tiempos apostólicos se entregan a especiales ejercicios de penitencia y de piedad, o bien renunciaban al matrimonio. Estas formas de ascetismo doméstico fueron practicadas en el transcurso del siglo II al III, pero solamente a finales del III y principios del IV se sitúa el monacato en el primer plano de la historia cristiana.
El paso
decisivo lo dieron quienes abandonando la familia y todo lo que poseían, se alejaban
del mundo retirándose a lugares más o menos apartados y al desierto, para vivir
en perfecta castidad entregados a una vida de piedad y de penitencia. Se trata
de un fenómeno complejo que se extiende desde Egipto, que es la cuna, a Siria,
Mesopotamia y al Asia Menor, para iniciar su expansión más adelante hasta el
occidente latino: Italia, Galia, España, África y las Islas Británicas.
Así
pues, las razones que transformaron el monacato en un fenómeno masivo fue el
deseo, en muchos cristianos, de seguir con fidelidad el espíritu del Evangelio,
porque existían diversas reacciones de insatisfacción y malestar con el
relajamiento de la vida de aquel entonces. Estas realidades impulsaron a muchos
hombres y mujeres a buscar en el alejamiento del mundo una nueva forma de
seguir a Cristo, pero también en la notable y rápida expansión de este
movimiento hay causas de naturaleza social y económica.
Buscando
un deseo arduo de entrar en sí mismo hace la diferencia entre los primeros
cristianos que buscan apartarse de un mundo tan hostil para refugiarse en la
meditación. Siguiendo las enseñanzas de Jesús (que en sentido propio no fue
ningún monje, ermitaño o algo que le parezca) buscaban vivir la pobreza
evangélica. Esta pobreza los hacía despojarse de todo aquello que no les
permitiera alcanzar la verdadera santidad. Y así seguían las enseñanzas de
Jesús.
La vida de la primitiva comunidad cristiana, guiada por la Palabra del Evangelio, era un motivo a seguir para todo aquel que la contemplaba. Ya lo menciona el Libro de los Hechos, éstos perseveraban en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en la oración; una sola fe les hacía vivir unidos, y lo tenían todo en común. Vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos según las necesidades de cada uno, de manera que entre ellos ninguno pasaba necesidad. A diario frecuentaban el templo en grupo, partían el pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón (2, 42ss).
La vida en el desierto significaba todo para aquellos hombres y mujeres que respiraban el espíritu del Evangelio. La razón que los movía era fundamentada en las Sagradas Escrituras puesto que fue en el desierto donde el Señor se preparó un pueblo y había establecido con él una alianza de fidelidad; fue en el desierto y el tipo de vida que allí se desarrolló lo que evocaban los profetas cuando querían invitar a Israel a la conversión para renovar su pacto con el Señor; fue al desierto donde se retiraron los grandes hombres de Dios para prepararse a su misión Moisés, Elías, Juan Bautista. La vida de los primeros monjes en el desierto era muy sencilla: oración, meditación de la Palabra de Dios, y trabajo, para subvenir a las propias necesidades y a las de los hermanos indigentes. Una alimentación austera y frugal, un descanso alternado con las vigilias de oración, una soledad moderada por las visitas que se hacían para ayudarse en el ámbito espiritual y humano, son las características de aquellas figuras que, muy pronto, fueron conocidas, admiradas y buscadas con interés.
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